El abrazo franciscano en O Cebreiro
Bendición al peregrino:
El abrazo franciscano en O Cebreiro
La huella franciscana en el Camino: tradición y presencia
La tradición cuenta que San Francisco de Asís peregrinó a Compostela a comienzos del siglo XIII y que allí sintió el impulso de sembrar su orden “por todo el mundo”. De esa memoria nace también el Convento de San Francisco en Compostela y la leyenda del carbonero que ayudó a levantar el convento con humilde tenacidad. Más allá del rigor documental, lo que perdura es una forma de estar en el Camino: pobre, disponible, cercana; un “paz y bien” que se reconoce en las casas de acogida, en las bendiciones al peregrino y en ese cuidado silencioso que no pide ni nombre ni foto.
La familia franciscana, dispersa en conventos, fraternidades y voluntariado, ha sido parte de la infraestructura espiritual que sostiene el fenómeno jacobeo: abrir puertas, escuchar historias, celebrar la Eucaristía en lenguas distintas y, sobre todo, recordar que caminar también es reconciliar, sanar y compartir. En Compostela, el convento sigue siendo un puente entre la ciudad y los caminantes; a lo largo de la ruta, su espiritualidad se deja notar en pequeños gestos que hacen del Camino una escuela de hospitalidad.
O Cebreiro: hospitalidad franciscana en vivo
En lo alto de O Cebreiro —a las puertas de Galicia— la huella franciscana se percibe en la forma de acoger: sobriedad, cercanía, manos abiertas. No importa quién lleve el hábito; importa el estilo que inspira.
Una tarde de niebla, un fraile reparte bebida caliente en la puerta del santuario y dice, sonriendo: “quemarse en la lengua es mejor que quemarse en la esperanza”. El sello en la credencial llega después, como una caricia pequeña.
En la misa vespertina, las lenguas se dan la mano: un “ultreia” en francés, un “deus vos garde” occitano, una oración en coreano. El “paz y bien” cae como una manta sobre los hombros cansados.
Cuando el viento corta en lo alto del monte, alguien deja sobre una mesa una caja con agujas, hilo, tiritas y crema de untar. Un papel dice: “El Camino también se cose”. Los peregrinos entienden la metáfora al instante.
Un joven llega sin dinero tras perder la cartera. Un fraile lo llama por su nombre, le da un plato de comida abundante y solo le pide que, en Santiago, escriba una carta a su madre. Dos semanas después, llega una postal con el agradecimiento.
En la vieja rectoral, un voluntario cuenta la historia del Milagro Eucarístico y termina con una advertencia dulce: “El mayor milagro es que sigas mañana”. La bienvenida no es discurso; es acompañamiento.
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