sábado, 9 de agosto de 2025

El abrazo franciscano en O Cebreiro

Bendición al peregrino: 

El abrazo franciscano en O Cebreiro

Desde el descubrimiento del sepulcro del Apóstol, el Camino de Santiago ha tejido una red europea de fe, cultura y hospitalidad. La ruta francesa, columna vertebral medieval, entra en Galicia por O Cebreiro, paso montañoso entre Ancares y Courel. Allí emergen pallozas, nieblas y el santuario de Santa María la Real, vinculado al Milagro Eucarístico. En el siglo XX, el párroco revitalizó el itinerario con las flechas amarillas, convirtiendo O Cebreiro en símbolo de acogida. Desde aquí, el camino desciende hacia Triacastela y Sarria, hilando aldeas, bosques e historias hasta Compostela, donde culmina un recorrido que transforma vidas.

La huella franciscana en el Camino: tradición y presencia

La tradición cuenta que San Francisco de Asís peregrinó a Compostela a comienzos del siglo XIII y que allí sintió el impulso de sembrar su orden “por todo el mundo”. De esa memoria nace también el Convento de San Francisco en Compostela y la leyenda del carbonero que ayudó a levantar el convento con humilde tenacidad. Más allá del rigor documental, lo que perdura es una forma de estar en el Camino: pobre, disponible, cercana; un “paz y bien” que se reconoce en las casas de acogida, en las bendiciones al peregrino y en ese cuidado silencioso que no pide ni nombre ni foto.

La familia franciscana, dispersa en conventos, fraternidades y voluntariado, ha sido parte de la infraestructura espiritual que sostiene el fenómeno jacobeo: abrir puertas, escuchar historias, celebrar la Eucaristía en lenguas distintas y, sobre todo, recordar que caminar también es reconciliar, sanar y compartir. En Compostela, el convento sigue siendo un puente entre la ciudad y los caminantes; a lo largo de la ruta, su espiritualidad se deja notar en pequeños gestos que hacen del Camino una escuela de hospitalidad.

O Cebreiro: hospitalidad franciscana en vivo

En lo alto de O Cebreiro —a las puertas de Galicia— la huella franciscana se percibe en la forma de acoger: sobriedad, cercanía, manos abiertas. No importa quién lleve el hábito; importa el estilo que inspira.

  • Una tarde de niebla, un fraile reparte bebida caliente en la puerta del santuario y dice, sonriendo: “quemarse en la lengua es mejor que quemarse en la esperanza”. El sello en la credencial llega después, como una caricia pequeña.

  • En la misa vespertina, las lenguas se dan la mano: un “ultreia” en francés, un “deus vos garde” occitano, una oración en coreano. El “paz y bien” cae como una manta sobre los hombros cansados.

  • Cuando el viento corta en lo alto del monte, alguien deja sobre una mesa una caja con agujas, hilo, tiritas y crema de untar. Un papel dice: “El Camino también se cose”. Los peregrinos entienden la metáfora al instante.

  • Un joven llega sin dinero tras perder la cartera. Un fraile lo llama por su nombre, le da un plato de comida abundante y solo le pide que, en Santiago, escriba una carta a su madre. Dos semanas después, llega una postal con el agradecimiento.

  • En la vieja rectoral, un voluntario cuenta la historia del Milagro Eucarístico y termina con una advertencia dulce: “El mayor milagro es que sigas mañana”. La bienvenida no es discurso; es acompañamiento.



Entre pallozas, flechas amarillas y un santuario que nunca cierra del todo, O Cebreiro recuerda que el Camino es una trama de manos que sostienen. La tradición de San Francisco en Compostela y su huella humilde a lo largo de la ruta sobreviven en gestos mínimos que cambian viajes enteros. Al final, lo que se lleva en la mochila no es solo Compostela, sino la certeza de haber sido recibido como hermano. Paz y bien, y buen Camino.